
La opinión y las tertulias también tienen normas
La radio española del siglo XXI es algo más que una gran tertulia. Uno de los sonidos mayoritarios, no es la radio. Sin embargo, ningún género ha adquirido en la historia reciente de la radio española mayor protagonismo y mayor capacidad de amplificación. En esta etapa de la radio la tertulia, una fórmula comunicativa basada en la conversación, se ha consolidado, en apenas 30 años, como un género radiofónico específico. Suponen una porcentaje importante del total de horas de la programación diaria de una emisora convencional, siendo la tertulia política la variedad más extendida y reconocida. Ocupan además el prime time radiofónico, lo que las convierte en una de las secciones más escuchadas de muchos programas.
Con todo, y aunque hoy nos parezca que lleva toda la vida en los medios, la tertulia, entendida como escenario para la conversación cívica, solo aparece en la radio en los primeros años de la transición democrática. En 1984 se programó La Trastienda en la Cadena SER, considerada la primera tertulia política radiofónica. La Trastienda pretendió en su momento dar salida a aquellas informaciones, claves y valoraciones que los periodistas alimentaban en reuniones profesionales y cerradas y que al inicio de la década de los 80 no tenían cabida en una radio poco acostumbrada a la libertad informativa. El formato utilizado fue la tertulia porque reproducía el entorno conversacional en el que estaban acostumbrados a buscar los periodistas esos otros elementos de la información. La tertulia se ha hecho hueco en las emisoras de radio española, porque pocos géneros periodísticos son tan sonoros, orales, lineales, temporales, inmediatos y, en definitiva, tan radiofónicos como la tertulia. En todos estos años han pasado por muchas etapas, desde una primera etapa de explosión y encantamiento, hasta la cuerda floja de una radio con empresas cada vez más “atrincheradas”, la desaparición, en dos etapas distintas, del género en la parrilla de la radio pública, un cierto hartazgo, muy extendido, por parte de la audiencia y una última etapa más sosegada de nuevo, sobre todo, en comparación con el desarrollo de la tertulia en televisión y el espectáculo tertuliano de la hermana catódica.

Quien esto escribe entiende por tertulia radiofónica la conversación que reúne en la radio a un grupo de opinadores profesionales -seleccionados por unas empresas que los legitiman como tal y les pagan por ello- y habituales con el objetivo de analizar y valorar la realidad informativa. La tertulia así entendida se concibe como un paso más en el proceso de interpretación de la realidad que es el periodismo y cumple, por tanto, con un fin informativo y formativo de la audiencia. De ahí que haya que exigirle garantías, como a la información. Su modo de organizar los mensajes consiste en reunir, con periodicidad fija y en directo, a un grupo de contertulios habituales no expertos para analizar y valorar los temas principales de la actualidad del día o de actualidad permanente.
Entre las características que lo definen como género audiovisual están la discrepancia pero no el enfrentamiento radical. Esta es una de sus singularidades frente a otros formatos de coloquio. En particular, frente al debate, la tertulia no pretende sentar a la mesa a representantes de posturas radicales ni marcadamente polémicas; antes al contrario, se pretende que sean personas que puedan expresar, en una misma mesa, valoraciones distintas pero no enfrentadas a priori y menos capaces de enfrentar a las personas por delante de las ideas y los argumentos. Si en el debate debe buscarse la confrontación y la polémica y se pretende inclinar a los otros y a los oyentes hacia una posición particular, la tertulia debe invitar al difícil hábito democrático de escuchar a los otros y respetar las opiniones ajenas. A esta característica del género la define Gotzon Toral (1998)como rivales en la conformidad, de tal modo que la tertulia se resuelve en una competición retórica, donde un equipo habitual de personajes discute en el marco de las normas comúnmente aceptadas por el grupo. En definitiva se trataría de mantener una cierta moderación, en el tono y en las líneas argumentales de las opiniones, al objeto de ser respetuosos con el otro y sobre todo de mantener la cordialidad en el ambiente de la tertulia.
Otra característica esencial es la denominada informalidad premeditada. Es decir, frente a la escritura oralizada en el guión, se promueve en la tertulia una nueva dramaturgia radiofónica, muy próxima a la retórica cotidiana o la conversación de tú a tú, en la que no se lee sino que se interactua oralmente. En este sentido una de las señas de identidad de la tertulia en la radio es su espontaneidad, o mejor dicho, su apariencia de naturalidad, por lo tanto no cabe hablar de la realización de un guión del programa al que posteriormente se dé lectura, aunque sí hay una pauta previa de temas para el diálogo y un consenso implícito para establecer la conversación de la manera más informal posible pero sin hablar todos a la vez y expresándose clara y correctamente ante el micrófono. En esta nueva retórica que las tertulias descubren para la radio, la comunicación se produce cuando el contertulio cumple formalmente con una conversación profesional, pero el oyente la recibe con esa estética de informalidad que le hace participe de ella. De que estas características y condiciones se cumplan dependerá, en buena medida, la calidad periodística de la tertulia, si no será muy fácil caer en el combate dialéctico personalista, que, casi siempre, genera más ruido que información.

La opinión profesional, el criterio
Existen diferencias notables entre dar una opinión y hacer periodismo de opinión. Existen diferencias entre la opinión personal, una opinión solicitada y una opinión profesional en el periodismo. El ejercicio profesional del periodismo de opinión debe partir de la idea de que la opinión periodística sin información previa es mera manipulación, una forma más de propaganda. La opinión profesional no es sólo una determinada posición ante los temas; es un mensaje comunicativo más que parte de la información y aporta una valoración de los hechos. Es un nivel más de interpretación de la realidad, que exige de quien la ejerce una elevada responsabilidad profesional. Una opinión radiofónica profesional se caracteriza por las bases informativas sobre las que se asienta (conocimiento previo de los hechos y a partir de datos ciertos y probados), por los criterios que aplica (en la misma línea que le exigimos a otros profesionales como jueces, médicos…) y por la formulación pública de la misma. Con este punto de partida las exigencias mínimas para ese ejercicio profesional son el apoyo en datos, la capacidad de probar argumentalmente lo que se dice, la reflexión y el respeto en la expresión pública de esa opinión. Además la opinión profesional la ejerce un profesional que cumple unas determinadas condiciones y lo hace de manera habitual y con cita previa.
El contertulio no puede opinar de todo y no al menos en dos circunstancias: cuando no se conocen los hechos y cuando no se tiene criterio, es decir, formación o claves, para enjuiciarlos. En este sentido viene al caso recordar una cita de Fernando Savater, ya antigua, pero vigente, en la línea de no dar por igualmente válidas todas las opiniones: “Una persona que dice que dos y dos son 5 no puede ser encarcelada, pero su idea no puede ser tan respetable como la de que 2 y 2 son 4… La idea de que es un signo de democracia o de libertad que cualquier idea valga lo mismo que otra y que quien la sostiene no aporte ninguna prueba, no tenga datos o sea incapaz de razonar su postura, me parece preocupante”.
Como apuntaba José Ortega y Gasset en La rebelión de las masas las ideas y opiniones también tienen normas. En concreto, Ortega escribía que “la idea es un jaque a la verdad. Quien quiere tener ideas necesita antes disponerse a querer la verdad y aceptar las reglas del juego que ella imponga. No vale hablar de ideas ni opiniones donde no se admite una instancia que las regule, una serie de normas a las que en la discusión cabe apelar. Estas normas son los principios de la cultura. No me importa cuales, lo que digo es que no hay cultura donde no hay normas a las que nuestros prójimos puedan recurrir”.
Preparar una tertulia, garantizar un periodo de reflexión del contertulio a partir de los temas que va a tener que comentar y no permitir la falta de información, la mentira, el enfrentamiento personal, el insulto o la calumnia no garantizarán seguramente que todas las opiniones sean brillantes, pero sí podremos esperar opiniones más rigurosas y mejor argumentadas. Es una cuestión de responsabilidad profesional. Siempre he defendido que una cosa es la libertad de expresión y otra bien distinta que la libertad de las opiniones frente a la sacralización de los hechos permita todo, incluídas muchas tropelías y mucha intoxicación, que han generado -y generan- estados de confusión o desinformación en la opinión pública. También es una cuestión de responsabilidad profesional no convertir la antena en un ring en el que batirse, aunque sea dialécticamente, con quien piensa distinto. De ahí que el papel del moderador sea fundamental en estos espacios para evitar ese peligro de la inercia de la conversación al que se ha referido en ocasiones Iñaki Gabilondo: “es un gran peligro para la solvencia y se acaba llegando a crescendos de los que muchas veces nos arrepentimos”. En esos casos el moderador es el que tiene que mantener no solo el orden en la tertulia, dar paso a los temas que considere, distribuir los turnos de palabra y las réplicas, y, además, mantener el nivel profesional de la charla, que -nunca se puede perder de vista- se está produciendo en una emisora y no en la barra de un bar, ni siquiera, en una sesión del Congreso de los Diputados.